pregunta ¿qué nos pasa con las bullies?
- Carmen Abril Martín
- 4 ene 2021
- 5 Min. de lectura
Pregunta: ¿Qué nos pasa con las bullies? ¿La cultura “meangirl” ha calado tan hondo en nuestro imaginario que no solo toleramos, sino que nos sentimos atraídas hacia los comportamientos tóxicos entre amigas? ¿Somos acaso imbéciles?
***Antes de nada: este artículo está escrito desde una perspectiva femenina y contemplando dinámicas de amistad entre mujeres, no sé exactamente, al menos no de primera mano, cómo sucede esto entre hombres, aunque creo que, con distintas manifestaciones, el problema de raíz es el mismo: nos fascinan los hijxs de puta.
Todas las pelis americanas dirigidas a cierto público nos han mostrado desde nuestra infancia cómo la chica más popular era al tiempo la más cruel y carecía de autenticidad y de relaciones equilibradas y sinceras y cómo, al final, el destino la castigaba fatalmente, premiando en cambio a la prota, que, a pesar de pasarlo mal y ser bulleada, terminaba viendo recompensado su sufrimiento con un montón de amigos verdaderos y un primer plano de su sonrisa más cándida y sincera.
Esto era así porque, por pura lógica estadística, hay un público mucho mayor entre las chicas “normales” que miran azoradas a la perversa y popular bully de turno, asique había mayor probabilidad de que la gente se sintiera positivamente representada -y además en cierto modo, consolada- dando el protagonismo a la chica “del montón”, extorsionada por la rubia mala y sus secuaces. Sin embargo, en un giro curioso de los acontecimientos, está surgiendo una especia de subculturilla del “meangirleo”, una suerte de culto estético-social a estas “malas de la peli”.
Es normal, porque la estructura típica de la peli americana aburre hasta la náusea, y porque estas personajes son, por supuesto, mucho más llamativas, guays y salseantes que la propia protagonista(la prota de meangirls, sharpay, etc). Pero es de locos como, en la propia realidad, entre los consumidores de este tipo de audiovisual ficcionado, se reproduce, a pesar de lo capcioso del argumento tipo, una dinámica que también es real como la vida misma: la adoración/adicción a las bullies.
Quien escribe ha experimentado el bullying en todas sus facetas. Como perpetradora, de muy pequeña, como observadora muda, más adelante, como observadora crítica, en la bravura de mi adolescencia, y, finalmente, como padecedora y amiga. Esto es lo curioso de la cuestión. Podría parecer que quienes más sufren los retorcimientos psicológicos y las crueldades varias de la bully son los compañeros anónimos; los ”pringados”, de cuyo aspecto se ríe y a quien desprecia con regocijo pero con cierto desapasionamiento, como si ni siquiera importara su existencia, como si fuesen attrezzo ridículo; pero en realidad son las propias amigas, las secuaces, que son a la vez quien le hace el juego, temerosas de ser descalificadas como lo son esos compañeros anónimos. Estúpidas, nos creemos que quedándonos quietas y riéndonos cuando toca nunca nos tocará a nosotras ser uno de “ellos”, cucarachillas infames que apenas merecen siquiera las risas y los desplantes.
Esta es la magia del bully, su verdadera trampa. Teje una red apretada y pequeña, un” tú si, tú no” y por dios que queremos ser un sí. Lo contrario nos da miedo -hemos visto cientos de veces el desprecio inmenso, inifinito, con que se habla de ellos(y participado de él)- asique aguantamos, cuando toca, el chaparrón de tortura amistosa, tragamos orgullo y a seguir existiendo. No podemos evitarlo. Nos atraen como las moscas a la miel. Nos ata a ellas una elación sadomasoquista de dolor, odio, admiración y cierto miedo.
Tengo un poco de morro porque, a título personal, nunca he aguantado demasiado y he terminado siempre alejándome o enemistándome con estas “amigas” que al principio me parecían tan graciosas, descocadas e ingeniosas y que después empezaron a tocarme los guevos con comportamientos raros, manipulaciones y pequeñas mierdas variadas. Me pasó en la universidad y creí haber aprendido la lección y sacado conclusiones: una amiga bully es como un novio tóxico, al principio te hace sentir genial, única en el mundo e imprescindible por completo para su vida, te presenta con entusiasmo el mundo a través de sus ojos y te fuerza a adoptar sus códigos presentándotelos como compartidos, y, después, poco a poco, va cuestionando tu lealtad; pone a prueba tu amor propio, te hace temer por el suyo, presentándote su complicidad y cariño como algo que en cualquier momento pude arrebatarte, y todo lo hace porque está desesperadamente asustado por la idea de perderte o, lo que es lo mismo en su caso, de no poder tenerte siempre bien agarrá. Lo mismito que un novio tóxico, vaya, pero con extensión al grupo (la gente se caga de miedo y es capaz de todo con tal de no ser considerado uno de los pringados) y el agravante que ello conlleva.
Conseguí, después de mucho sufrimiento y una dolorosa separación, mantener una relación de respeto y afecto con mi amiga bully de la universidad. Inocente de mí, llegué a pensar que era una cosa de la edad, y que, alcanzado cierto nivel de adultez, estas dinámicas desaparecerían. ¡pero en el máster me ocurrió de nuevo! Y, charlando con amigas, son más de dos y más de tres las que han tenido experiencias parecidas en cursos de postgrado e incluso en trabajos “entre adultos”. Quizá este bullying es más sutil que el de la infancia, pero resulta igual de doloroso y descorazonador. Lo peor es eso, lo majas y lo guays que son, lo mucho que nos atraen al principio, el proceso lento en el que vamos advirtiendo lo mal que hablan de la gente, incluso de las otras amigas, el miedo que tienen en el fondo, lo venenoso de quererlas y que nos quieran.
Este texto sólo trata de ser una reflexión sobre el poder de las bullys, tan mágico y venenoso; un tipo de poder al que, al parecer, nos veremos tentadas de subyugarnos, o sufriremos, o del que sencillamente seremos testigos, siempre, a lo largo de toda nuestra vida.
También quiere ser una reflexión sobre la importancia de ponerlas en su sitio, de no dejarles que nos agarren y nos estrujen, de no darles poder. Existen amistades ahí fuera bonitas y sinceras, y las amigas bully harán todo lo posible porque no lleguemos nunca a ellas, aterradas como están hasta la locura por la idea de verse solas (ya se sabe que este es el trauma que las persigue, no hace falta ahondar en ello).
Tampoco hay que deshumanizarlas, darles un castigo ejemplar, dejarlas solas o exponerlas. Pero lo mejor que podemos hacer por ellas es no dejarnos hipnotizar, explicarles lo que sí se puede y lo que no en una relación de amistad, darles confianza para que se tranquilicen y, poco a poco, dejen de ser unas gilipollas. Si no nos vemos con fuerzas para esto, simplemente, puente de plata, pero en ese caso seguirán por ahí sueltas, atrayendo y devorando voluntades y siendo profundamente hechizantes, además de unas infelices.
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