top of page

Diario de mi propia adicción trabajo de campo personal 4 años vista

  • Foto del escritor: Carmen Abril Martín
    Carmen Abril Martín
  • 22 abr 2020
  • 29 Min. de lectura

La chapa que me voy a marcar a continuación fue en realidad escrita hace cuatro años e iba dirigida, por increíble que pueda parecer, a una profesora de mi universidad. La asignatura era Técnicas cualitativas y yo decidí dedicar el trabajo de campo obligatorio al estudio del consumo de marihuana entre los jóvenes. Me pareció que era una buena medida para empatizar con el sujeto de estudio hacer mis propios deberes, abrirme respecto a la cuestión, y así inspirar a mi entrevistados e invitarles a hacer lo propio. En realidad, creo que quería escribirlo porque me preocupaba mi propia relación con la mariguana. El 4/20 de este año lo releí por casualidad y decidí editarlo, darle un desenlace a la historia y una conclusión aposteriori y compartirlo, por si a alguien le viene bien para reflexionar sobre su propia adicción, o está aburrido y le hace gracia leer un escrito sobre porros. Al final, me vengo arriba y termino hablando descarnadamente de mi vida personal, por lo que pido disculpas; sencillamente no lo puedo evitar, soy peor que Belén Esteban.

18 de marzo de 2017

La primera vez que probé un porro tenía 15 o 16 años. Estaba de fiesta en una bodega en mi pueblo, en verano, y un chaval un año menor que yo me ofreció. Estaba un poco borracha y le di una calada, totalmente porque sí (el olor me parecía horroroso). Me sentó fatal. Me mareó más de lo que ya estaba y me dio una pesadez de párpados y de cabeza increíble. Esa noche, ya en la cama (de hecho, en la cama de mi amiga), vomité todo lo que había bebido. Ni siquiera me dio por achacárselo al porro, porque por aquel entonces vomitar de fiesta era algo bastante normal en nuestro grupo, pero estuve un año y medio aproximadamente sin fumar nada y sin sentir el más mínimo interés por la cuestión. Eso si, como digo, los fines de semana bebíamos muchísimo. Ahora, cuando me acuerdo, no puedo creerme que Clara estuviese 4 días seguidos en fiestas de Palencia ventilándose una botella de ginebra cada noche, ni que yo fuese a las fiestas que se hacían en Cigales con una garrafa de 5 litros de calimocho. Ahora ya no bebemos tanto. Ni la mitad. La dinámica de nuestro grupo ha cambiado bastante. Y en este cambio confluyen muchos factores, obviamente -nos hacemos mayores, nos hemos independizado y venido a vivir a Salamanca todos juntos, empezamos la universidad…-, pero hay uno, uno en concreto, que supuso un auténtico hito, un punto de inflexión en nuestra relación y nuestras dinámicas, que fue anterior al resto, antes de terminar segundo de bachiller y hacer la PAU. Este hito, como es fácil presuponer por la introducción y el contexto, es la yerba. Los porros, los petas, los chiris, los canutos, los peis, los clenchos…el hito del descubrimiento de la mariguana.

No recuerdo exactamente los inicios. Teníamos un grupo formado hacía poco por el agregado de grupos pequeños (mis amigas de siempre, con los amigos de clase de una de ellas, con el novio y los amigos de otra…) habíamos alquilado un local y se puede decir que todos estábamos contentos y excitados por nuestra unión, había gente muy diferente, mucha comunicación y, como ya dije, bastante alcohol. Pasados unos meses comenzó a venir con nosotros un chaval que fumaba, Soto, un tío de diez, inocente como un niño, igual que un niño en casi todos los aspectos. Aunque no en el de fumar hierba durante todo el día. Hubo otro factor además de Soto, que hizo que nos picara la curiosidad y ahora no estoy segura de cual tuvo más peso: la madre de mi amiga Clara, que es viuda, había roto por fin una larga, tóxica y pesadísima relación con un subnormal (puedo dar fe de que lo era, mejor no entrar en detalles), nos pidió ayuda porque quería celebrarlo probando por primera vez en su vida un porro, y pensó que nosotras podríamos facilitárselo. Y la verdad es que aunque aún no fumábamos, pudimos. A raíz de eso, a mis amigos se les ocurrió organizar una gran fumada en el local, fumada que se hizo, precisamente, un día que yo no podía salir, no recuerdo por qué. El caso es que debió ser algo sideral y absolutamente impactante para todos, porque no dejaron de darla parda con las anécdotas de esa tarde en los días siguientes.

Después de eso tuve mi segunda experiencia con la maría, que también fue un desastre. Había quedado con mis amigas de siempre, para cenar las 4 y rememorar viejos tiempos, en los que éramos solo nosotras y blablablá. Se empeñaron en que fumásemos un porro antes de cenar. Como yo no había participado en la porro-tarde aquella, no me hacía especial ilusión y me parecía una tontería que insistiesen en el tema. Además, yo era la única que no fumaba tabaco asique se salía de mi zona de confort por ambos lados. Aun así, accedí, porque eran mayoría y estaban empeñadísimas. Nos fumamos un porro integral porque ninguna tenía tabaco, y por extraño que parezca no me pasó nada, supongo que no me tragué bien el humo. Pero fue extraño sobre todo porque a las otras tres les dio un colocón de flipar, malísimo, y la cena entera se arruinó de la forma más triste. Supongo que yo tenía tan mala predisposición y estaba de tan mala leche que, si me colocó, ni me enteré. Pero ellas…pff…No eran capaces ni de comunicarse, se quedaban fijas mirando a un punto, como preocupadas. La situación era ridícula. Clara empezó a susurrar que creía que iba a morirse, y tuve que llevarla a casa casi literalmente a rastras, enfadadísima. No me podía creer que fueran tan idiotas. Me sentía como la primera vez que decidieron beber y yo me negué porque me parecía innecesario, y después me cabreé porque se hacían las borrachas de la manera más histriónica. No sé si estaban exagerando esta vez, alguna vez lo hemos hablado y perjuran que no, pero me cabreé mucho.

La tercera intentona fue un fracaso también, y ahora que lo escribo caigo por primera vez en la cuenta de lo irracional y estúpido que suena todo esto. Tenía un amigo en Valladolid, que había ido desde siempre de outsider, de poeta, de rebelde, y también fumaba canutos. Siempre había querido que fumase con él y yo había pasado, y sin embargo y a pesar de los últimos acontecimientos, un día que habíamos quedado después de bastante tiempo sin vernos para comer, accedí. Estaba decidida a probarlo y quería que me sentase bien. Vino a buscarme a la salida de mi colegio, que antes había sido el suyo, fuimos a la parte de atrás, fumamos, y a los diez minutos me dio lo que vulgarmente se conoce como “una pálida” y que consiste, más o menos, en que te bajan la presión, los latidos y la tensión en general hasta que la vista se te nubla por completo, lo ves todo negro y pierdes la fuerza y el control sobre tu cuerpo por completo, pero no la consciencia. Te caes al suelo o te desvaneces poco a poco, pero el resultado final esque acabas tirado y pasándolo fatal, deseando simplemente y con todas tus fuerzas, que se te pase de una puta vez o al menos perder la consciencia.

Por fin se me pasó, después de un rato eterno y de que mi amigo demostrase que no sabía cuidar de un fumado ni controlar la situación, pero en fin. Fuimos a tomar un café, se me paso el susto y el disgusto, y mi amigo me regaló una bolsita de un gramo, a modo de extraña compensación.

¿Por qué volví a fumar después de esos tres momentos tan desagradables? No lo sé. Para mis amigos se había convertido en el tema más guay del mundo y estaban deseando volver a probarlo, no hablaban de otra cosa. En mis otros círculos de amigos y conocidos, que una chica como yo fumase era toda una controversia y resultaba muy atractivo y coherente, supongo que pegaba con la personalidad que yo me venía construyendo de macarra transgresora y pseudofilosofa, aunque, la verdad, me gustaría poder dar razones más sólidas que todas estas chorradas. Ni siquiera recuerdo la primera vez que fume y sí me gustó, ahora que lo pienso.

Pero las hubo, vaya que si las hubo. Las primeras fumadas…Podría escribir un libro entero si recordase la mitad de esos momentos eufóricos y gloriosos. Para empezar, todo se ritualizó hasta el extremo, y se recubrió bien de expectación y magia. Se preparaba un porro gigante para todos, una L, y se iba pasando, a dos caladas por cabeza. Rápidamente el ambiente se iba mistificando, y empezaban las “paranoias”. En aquel tiempo, esa palabra tenía una connotación totalmente positiva, y significaba sólo sacar una historia, una reflexión, una explicación enrevesada que conectaba con otra, sobre cualquier cosa. La más nimia tontería podía darnos para verborrear y reír durante horas. Llegamos incluso a tener un “cuaderno de las paranoias” y un grupo de whatssapp dedicado al tema, y aunque muchas eran auténticos desvaríos tengo que destacar, porque es verdad, que alguna cosa buena salió de aquello. Es decir, que en cierto modo si aprendimos y nos hizo conectar con nuestro lado “filosófico-espiritual” (eso es algo que yo ya lo había hecho antes pero el resto no, y me hizo sentir acompañada y orgullosa de mis amigos) Disfrutamos como niños y nos unimos muchísimo, y eso es algo que todos recordamos y a nadie se le ocurriría negar. Pero fumábamos los fines de semana, y cuando fumábamos quedábamos para fumar, no lo mezclábamos con el salir y el beber. Era un plan aparte, exclusivo, y deseado con ilusión por todos, era casi un arte. Todo lo contrario a lo que es ahora. Hacía tiempo que no me paraba a recordar aquellos días. Fui muy feliz. Fumar me dio unos momentos increíblemente felices, y me dio seguridad en mi misma, porque me unía a mis amigos y me diferenciaba del resto. Además, como digo, me hacía sentir muy inteligente.

Todo empezó poco antes de la semana santa de segundo de bachillerato y se fue enraizando en el grupo de manera progresiva esos meses. Fumar después de ir juntos a la biblioteca se convirtió en un plan casi más deseado que salir de fiesta y en verano ya fumábamos todos los días, creo. Fumar era, de algún modo, como contar con un recurso mágico potente e insospechado, como hacer trampas. No ocurría como con el alcohol, había que ocultarlo, y a diferencia también del alcohol nos hacía más conscientes de nosotros mismos y nos empujaba explorarnos y a tratar de comprender el mundo, en lugar de evadirnos y olvidarnos de él. Era como un secreto mágico y ultra positivo, como en la historia interminable o en otras películas fantasiosas. El secretismo quizá lo hacia todo incluso más fantástico, pero ya lo era por sí solo. Una ventana a otro mundo, infinito, cercano, interior, un recurso que lo cubría todo de magia y profundidad…Nos íbamos a la cama, fumados y cenados, pensando en cuánto había cambiado nuestra vida para siempre y a mejor. ¡Menudo hallazgo!. Estábamos encantados.

Cuando el verano terminó, la mitad del grupo en la que yo me encontraba había superado la PAU con la nota que quería y se iba al año siguiente a Salamanca a estudiar, y la otra mitad no lo había hecho y tenía que quedarse todo el año en Palencia enmendando la jugada. Aunque vinieron a vernos muchos findes a Salamanca y lo pasamos genial, el asunto bifurcó mucho nuestros caminos, y nuestra relación con la marihuana también siguió caminos desacompasados.

Los que se quedaron perdieron bastante el contacto entre sí, y cada uno desarrolló su adicción con una intensidad diferente, pero de forma más bien individual. Para una de nuestras amigas, llegó a convertirse en un auténtico problema (8 canutos del grosor de una barra de pegamento al día), y empezó a ir al psicólogo. Se distanció mucho de nosotros, pero las causas son algo más profundas que eso y no vienen al caso.

Mientras, los que habíamos ido a Salamanca, seguimos manteniendo su ceremonia y su función lúdica, pero obviamente, viviendo juntos, teniendo clase solo de lunes a jueves, y, en fin, habiendo empezado la universidad, el tiempo para el ocio se ampliaba muchísimo y la expectación del principio, como es lógico, se iba reduciendo conforme crecía el consumo. Además, Salamanca es una ciudad en la que casi todo el mundo fuma y cuando conoces a gente nueva la hierba sirve siempre de contacto y excusa (“quedamos y echamos un porro” es aquí la frase más mítica del mundo para trabar amistad). A pesar de eso cabe decir que, al empezar el curso, y tras reflexionar y darnos cuenta de que habíamos fumado día si día también en verano, nos propusimos dejarlo, con unos porcentajes de éxito naturalmente ridículos. Desistimos pronto, pero muy alegremente, como si no pasase nada. Y bueno, supongo que no pasaba tanto.

A mitad de curso me eché un novio que llevaba fumando a saco desde los 16, y vendía hierba en su residencia. Fue una relación preciosa e increíble al principio, y tóxica y asfixiante, casi peligrosa, después. De ese tema no quiero hablar, pero viene a cuento porque aumenté bastante mi consumo (2-3-4 diarios a medias, que tampoco es tanto, pero…) Aquel verano, después del primer curso, también lo pasamos entero fumando. La cosa poco a poco fue dejando de ser lo que era. Bueno, llevaba dejando de serlo todo el año, pero volvimos a juntarnos todos y el cambio se vio más claro.

Ahora, la situación es la siguiente:

Todos vivimos aquí, todo somos ya “universitarios independizados”. Disponemos de nuestro tiempo y de nuestro dinero y de total libertad para administrarlos al gusto. Cada uno tiene su día a día, su carrera, y también su grado diferenciado de adicción. Seguimos siendo los mismos, algo más mayores, pero, como grupo, hay muchas cosas que han cambiado mucho y todas tienen bastante que ver, a mi parecer, con un consumo exagerado de marihuana.

Detecto, y no soy la única, una apatía generalizada, un cansancio y pereza crónicos y- lo que es mucho peor- una codicia ansiosa y egoísta respecto al tema de fumar en sí. Ya no hay jovialidad, colectividad y generosidad totales, como antes. Ya no se usa la marihuana para “hacer magia” para todos. Ahora se trata de dosis. MI dosis, tu dosis, su dosis. Y aunque hay pequeñas concesiones, pases, favores…lo cierto es que estos son tensos y se lee muy fácilmente en su interior un contrato de intereses (es decir, si te paso a ti, J, de mi porro un par de veces, ten muy seguro que te reclamaré el favor de vuelta al próximo que tú te hagas), hay una jerarquía y un banco de favores bastante tangible y rígido, y, sobre todo, una insaciabilidad generalizada. Observo que mis amigos paran de hacerse canutos no porque no puedan más, si no por previsión, por ahorro. Cuando alguno pilla por ejemplo 10g de golpe estos le duran muchísimo menos de lo que le habrían durado de normal, pues la abundancia hace que no pueda evitar dar rienda suelta a su gula. Lo más curioso es que, durante esos días de abundancia y depende de la persona, tampoco se observa una mayor tendencia a compartir, si no, más bien, se le ve menos el pelo, es decir, pasa más tiempo recluido en sí mismo.

Además, no hay plan que se haga sin porros. Estos son, de hecho, la piedra angular y el eje articulador de todas nuestras reuniones y planes: vamos a dar un paseo a la catedral a fumar, al cine fumando antes, nos reunimos para fumar y cenar, para tomar una caña y fumar o simple y llanamente, la gente se viene a fumar a nuestra casa (muchos días sin preguntar y en horas que no corresponde).

Como decía, hay muy diferentes niveles. Yo fumo casi todos los días entre unas cosas y otras, pero siempre en situaciones sociales en que se me ofrece, y muy poco, solo me hago canutos los fines de semana por lo general, y aun así, es mucho más de lo que me gustaría y reconozco que muchas veces no he sido ni la mitad de productiva una tarde de lo que hubiese sido sin haber estado fumada, y esto es algo que me da muchísima rabia.

Pero tengo amigos cuyo tiempo se mide en porros. No sé bien explicar esto, pero seguro que ellos tampoco sabrían. Suena muy fuerte, pero muchos días puedo notar como el tiempo que pasa entre porro y porro es exactamente eso para ellos; el tiempo que pasa entre porro y porro. Fuman al despertar, después de desayunar, antes de comer, después de comer, después de una cabezada, por la tarde, antes de cenar, y varias veces aun después de cenar. Si salen de fiesta, llevan consigo por lo menos 5 porros hechos. No comparten mucho. Veo una ansiedad en sus modos, una abstracción tozuda en su forma de ver la realidad, una falta de auténtica satisfacción y disfrute…que me disgustan sobremanera. Obviamente, esto no es solo a causa de los porros. Se trata siempre de casos especiales en los que quizá no se tiene la autoestima alta en un principio, o las cosas no van como la persona quisiera, y hace de los porros su refugio. Lo que estos hacen en realidad, en lugar de refugiarlos, creo yo, es empeorar el tema, alejándolos de la realización personal, haciéndoles incapaces de resistirse al placer inmediato, incapaces de darse cuenta de su situación real si no es de una forma distante y encubierta, de modo que casi parecen estar huyendo de esta o de sí mismos, huyendo de algo, al fin y al cabo. No veo en ellos la tranquilidad y el sosiego que los canutos se supone han de proporcionar. Solo un estado distraído de desesperación estática y frenética.

Respecto a mí, ya antes de decidir emprender este trabajo, me encontraba mal con mi propia situación. Es verdad que solo llevo dos años fumando, que no tengo una dependencia fuerte en absoluto y que el hábito de consumir marihuana no ha afectado (no al menos de modo destacable) a mi recorrido académico o personal. A pesar de esto y aunque siempre pueda argüir que mis amigos están peor, lo cierto no me encontraba para nada a gusto con mi situación personal respecto al tema antes de empezar este escrito.

Lo primero es que ya no lo disfruto igual. Es más, quizá ya ni lo disfrute exactamente. Además de no disfrutarlo con la intensidad del principio, en ocasiones, fumar hace que se me acelere el pulso, que me preocupe por cosas sin importancia, que no me sienta bien conmigo misma y tienda a pensamientos nerviosos, ansiosos, casi me atrevería a decir que a veces paranoides, esta vez no el buen sentido, como al principio. Esta ansiedad, esta prisa, me lleva a hacer las cosas sin cuidado ni mimo, con la cabeza en otra parte y de forma desesperada, como si me persiguiesen o estuviese participando en una carrera muy exigente. Mi carrera conmigo misma. Supongo que todo esto, más que con el thc en sí, tiene que ver con el computo entre los efectos de este y mi propia culpabilidad por el hecho de fumar. Quizá trato de luchar contra el precepto mil veces repetido y atestiguado de “cuando fumas te quedas tirao y no haces nada”, y es esta contradicción forzada la que me tensa, o quizá en cada persona tenga unos efectos secundarios a la larga, no lo sé. El caso es que ya no me siento bien después de fumarme un porro. Me siento, es más, peor que antes de hacerlo. Y lo cierto también es que, aun así, fumo todos los días.

Cabe anotar que constantemente tengo que corregir lo que escribo porque lo hago en pasado. “ya no me sentía bien después de fumar un porro y aun asi seguía.” No.

Ahí es a donde voy. Llevo un día sin fumar. Ayer, viernes 18 de marzo, antes de coger el autobús para volver a mi casa durante las vacaciones de semana santa, fumé. Fumé porque quería, porque me había sobrado un canuto la noche anterior, a modo de despedida, de los porros y de mis amigos, y porque sí. Y de nuevo me sentí fatal. Se trataba de un malestar sutil, una angustia, un latir acelerado, una desazón. Solo podía pensar que ojalá durante el trayecto tuviese tiempo de volver a la normalidad para poder celebrar el cumpleaños de mi madre en condiciones normales. Estaba enfadada conmigo misma, y a la vez no quería estarlo, ¡tampoco era para tanto! Lo había hecho cientos de veces, y está claro que en un viaje de dos horas los efectos se pasan. Aun así no conseguía aflojar el nudo de mi estómago ni sentirme mejor, y me di cuenta de que esta vez necesitaba algo más fuerte que auto disculpas.

De camino al autobús, cargada hasta las cejas y sudando por el peso y la prisa me dije: “cuando me suba al autobús voy a sacar la libreta y el lápiz que llevo en el bolso y voy a escribir en ella “me comprometo formalmente conmigo misma a no probar un solo porro hasta que terminen las vacaciones”.

Este pensamiento rápidamente me tranquilizó. Sentí alivio y protección por la simple idea tener la seria obligación de no fumar, aunque esta obligación no estuviese atada más que a mi propia firma, para mí. Sabía que iba a funcionar, porque yo me tomo muy en serio todo lo que escribo. Es el templo más profundo y sagrado de la identidad que me he construido. Me he propuesto no fumar muchas veces, y algunas de ellas muy severamente, pero siempre, en el momento en que veía a alguien preparar con paciencia y método un cigarrillo especial, encenderlo, fumar con parsimonia…y pasármelo… En ese rato, durante esos pasos, cosa de unos cinco minutos, me daba tiempo a enunciar, para mí misma, una retahíla de excusas y razones por las que saltarme mi propio veto “en ese momento concreto”; “ahora no tengo nada especial que hacer” o “para cuando tenga que hacerlo ya habrán pasado dos horas y estaré bien (mentira, un sopor terrible), o incluso “tal y como yo soy, puedo perfectamente permitirme dar un par de caladas antes de estudiar “ Una vez violado el acuerdo, aunque solo hubiesen sido dos o tres caladas, la cosa perdía seriedad y se iba al traste.

Sin embargo esta vez, escritas mis palabras, extraídas de mi cerebro a través de mis manos en un folio tangible, mil veces legible e inamovible, cobrarían un peso y una fuerza mayores a las que tendrían en un futuro las nuevas excusas que elaborase, y así, de este modo, no podría volver a engañarme.

Subí al bus y lo hice. Primero escribí unos minutos. Es ya hizo que me sintiese muchísimo mejor, pero después de escribirlo…prfffff. Firmé con ganas.

(escrito en la actualidad) Lo cumplí un solo día. El resto de las páginas, que actuaban más literalmente como un diario “contra” mi propia adicción (pues lo leído hasta ahora era la introducción), son un magnífico e irónico chiste. He seleccionado solo los fragmentos más representativos y valiosos de cada día, ahí van:

19 de marzo

*después de rechazar fumar en dos ocasiones, de mis amigas y del novio de una de ellas*

Percibí con mayor claridad, por cierto, algo que ya sabía. Como dije antes, en lugar de ceremonia, expectación y “colocón”, se trató más bien de un proceso rutinario, mil veces ensayado y ejecutado, y la conversación, en lugar de derivar, como lo hacía al principio, en mil direcciones distintas y, como nos gustaba llamarlo, “emparanoiantes”, versó sólo sobre marihuana. Proveedores, plantaciones, efectos, tipos, secado…Como dije antes, el tío es un pesado del tema, pero no es la primera vez que ocurre. La hierba deja de ser una herramienta para comunicarnos de un modo especial, y pasa a ser sencillamente algo que tenemos en común, que nos une y nos permite llenar las horas muertas, algo de lo que hablar en lugar de algo “con lo que hablar”.

Buenas noches y hasta mañana

20 de marzo

Hoy me salté el veto. Creo que es justo comenzar soltándolo en seco, sin previa contextualización ni disculpas. Enunciaré las razones ahora mismo, y tampoco me siento espantosamente mal, si no simplemente un poco defraudada, pues realmente no ha sido para tanto, pero quiero que quede claro que no trato de dar ningún rodeo o excusa: soy perfectamente consciente del hecho innegable de que he vuelto a saltarme mi propio veto, nada más y nada menos que el segundo día del mismo.

Ahora ya, el contexto, las excusas y las amortiguaciones:

Hoy, como es domingo, nadie tenía nada que hacer. Vivo en una casa en el campo, y mis amigos, mi grupo de siempre, dispersos entre pueblos y una ciudad pequeña de los alrededores. Alguno tiene ya coche asique han venido todos hasta aquí a pasar la tarde.

(….larga historia en la que al final fumo)

Durante este rato, me di cuenta de que el estrés, la inseguridad y la sensación de “confusión metafísica”, (no sé explicarme) que he venido sintiendo y achacando a la marihuana, quizá sean fruto de una crisis mayor e independiente del consumo, posiblemente potenciada por este, pero ajena. Recordé que esa extraña desazón había estado presente también cuando aún no fumaba y que, en el autobús, antes de redactar mi contrato incumplido, de hecho, hablé sobre el tema. En ese escrito hablaba de otras dos crisis de carácter parecido, anteriores a los porros, cada una con rasgos propios, pero también con base en una incómoda insatisfacción personal. Creo que tengo un problema conmigo misma desde siempre, aunque ahora que lo pienso casi seguro que todo el mundo lo tiene. En fin, esta es la idea que tuve el momento, y creo que es buena, aunque no puedo asegurar que no sea autoengaño.

Pero esto último de la crisis, la ansiedad, la insatisfacción personal extendidas a casi todo el mundo me cuadra, pues precisamente hoy lo relacioné con algo que ya había pensado varias veces, y es que todo el mundo necesita estar casi constantemente consumiendo algo. Muy especialmente en una reunión social de tipo “ocio”. Cuando los que tenían hierba empezaron a fumarse sus canutos, lo que no tenían empezaron a liarse cigarrillos, y cuando los que fumaban canutos terminaron, empezaron a comer. Todo el mundo estuvo comiendo y bebiendo y cuando se terminó, empezamos a hacer el chorras con una aplicación de iphone que cambia las caras a la gente. Los que no estaban usándola rápidamente buscaron otras ocupaciones de forma que todo el mundo estaba siempre distraído o haciendo algo, whatsapeando haciéndole un fastmotion a la puesta de sol, explorando más, haciéndose más porros…Cuando en una fiesta me paro a mirar a mi alredor me doy cuenta de lo mismo. Casi nadie se atreve a pasar un rato tranquilo y callado, sin hacer ni consumir nada (y se puede consumir una conversación o cualquier entretenimiento, no hablo de drogas). Y no pasa solo de fiesta. Es como si todo el mundo estuviese llenando constantemente un vacío o un hueco, un agujero que se lo traga todo, o corriendo en una carrera, o trepando por sus propias sensaciones para no quedarse nunca muerto y frio y quieto. Pero yo creo que la paz es eso y que no tiene por qué estar fría. Ya lo escribí en mi libreta en el autobús, yo ya aspiro solo a estar en paz. Aunque solo se a intervalos largos. Quiero una paz satisfecha y caliente en la que poder estar. Sé que eso es lo más importante, y solo tengo 19 años, la verdad es que no puedo evitar vanagloriarme por ello…jajaja, aunque quien sabe si no descubriré en un futuro que estoy equivocada. No creo, porque todos los viejos profundos y sabios en las películas y en los libros llegan a una conclusión semejante siempre, y que conste que no los he copiado, yo he pasado por todas las fases…Bueno, tengo que centrarme y cortar: el caso hablamos, nos reímos, fumé, volvimos a mi casa a tomar un café y se fueron.

En cuanto lo hicieron vine aquí a continuar el diario, y ahora, probablemente, cenaré con ganas.

Buenas noches y hasta mañana

21-22 de Marzo

La mañana del 21 de marzo fue muy normal. Ni siquiera me di cuenta de que empezaba la primavera (estaba nublado).

Mis padres trabajan por las mañanas y yo me quedo con mis dos hermanos pequeños, asique, como todos los días que paso aquí, me levanté, recogí la casa e hice el primer plato (el segundo lo hace mi madre al llegar). Pero poco antes de comer, sin un motivo muy definido, noté como iba agriándoseme progresivamente el humor, y la tripa me dolía. Me vino la regla. He ahí la definición del motivo. Yo no sé cómo será para otras mujeres, pero para mí cada vez es una puta cosa. Hay meses que ni me entero, me pongo un tampax y me olvido, y otros en que las hormonas se me retuercen, saltan y chocan entre sí y todo me parece incómodo irritante y desagradable, hasta oír respirar al que tengo al lado. Pues así fue ayer.

Mi “no-novio” me llamó, y después de charlar un rato me lamenté por el tema, y él me animó muy alegremente a hacerme un canuto de curación. Lo pensé un momento. Es cierto que la hierba sienta bastante bien en este caso concreto, y si hubiese tenido un canuto liado en el bolsillo es más que probable que lo hubiese pensado más. Pero no tenía nada, y me dió igual, solo quería descansar. No fumé.

(visito a mi abuela y al final voy a dormir a casa de mi mejor amiga, en que su hermano nos tienta a fumar)

Era una hierba con sabor a limón que como creo que ya dije antes, es mi debilidad total. Salimos a la terraza de su cocina y fumamos, y la verdad, he de decir que me sentó fenomenal. Fue una fumada muy lucida y creativa, la segunda parte de la peli se me hizo mucho más intensa y cargada de significados, aunque a veces mis propios pensamientos me sacaban por completo de la imagen y tenía que pedir que rebobinasen unos minutos. Cuando subimos a dormir, Clara y yo estuvimos hablando durante como una hora y media sobre los temas más estimulantes, apasionantes y geniales; la vida y cómo enfocarla, la memoria, nuestros recuerdos, nuestro sentir, las estructuras relacionales dentro del grupo…Clara es mi mejor amiga desde los 11 años, vivimos juntas desde hace dos, y es sorprendentemente triste lo poquísimo que hablábamos últimamente, quizá precisamente a causa de la convivencia, que lo normaliza y aplana todo. La verdad es que siempre que volvemos a casa en vacaciones y dormimos juntas la cosa fluye como hace dos años, mucho mejor, pero lo de ayer fue la repera, de verdad. Me dormí encantada, en una nube. Me levanté esta mañana, cogí el tren que une su pueblo con mi casa y me acerqué andando desde la estación.

Ahora ya estoy casi segura de que mi angustia vital y mi inseguridad tenían un marco causal mucho más complejo que el de mi adicción, aunque tampoco trato con esto de desbancar los porros del asunto. La cosa es que, como pasaba tanto tiempo fumada, no estaba segura de qué línea separaba las cosas que hacía, decía y sentía por mí misma y por los efectos de la hierba. Esto me hacía dudar todo el rato de la calidad de mis acciones o interacciones y me hacía sentir perdida y alejada de mi antigua y conocida “yo”, a la que le tenía, cabe decir, muchísimo cariño. Agradezco mucho, aun así, haber hecho un parón (aunque fuera de un dia) para darme cuenta de que no hay ninguna línea. Actúo de modo muy parecido, y me siento de modo muy parecido sin los efectos de la mariguana, aunque es cierto que controlo mucho mejor mis emociones y pienso con más claridad.

Es decir, sigo queriendo incorporar esto a mi rutina. Lo hable con Clara anoche; al volver a Salamanca, después de las vacaciones, fumaremos de viernes a domingo y no se hable más. De lunes a viernes quedan desterrados, y alegremente desterrados, de nuestros planes. Si se trata, como propongo, de una adicción de tipo social, y Coque, nuestro otro compañero de piso, se une al plan como seguro que hará, está hecho. Con Luca, el compañero italiano de intercambio, será más difícil negociar.

La verdad, estoy contenta.

Buenas tardes y hasta mañana

(naturalmente, nuestro propósito de fumar solo los findes naufragó, y además dejé de lado el diario, satisfecha con mi enclenque conclusión de que “en realidad ya era una rallada antes de la maría.”)

Lunes 11 de abril

No terminé el diario, así como no cumplí mi objetivo formal. Sé que no puedo extrapolar estos hechos como pruebas del efecto detractor de la perseverancia y constancia de la marihuana, pues, de hecho, nunca he tenido una fuerza de voluntad brillante. Sin embargo, lo que sí puedo enunciar como hecho es que siento más debilidad de la que me gustaría por esta sustancia, que, aunque me sigue aportando en ocasiones sensaciones y momentos muy preciados para mí, curiosamente y como decía al inicio del diario, por lo general ya casi no disfruto consumiendo.


20 de abril de 2020


(Lo siento pero me parece el día ideal para continuar este escrito)


Han pasado cuatro años. Parece mentira. He seguido fumando a diario. Ya no me preocupo por ello tanto -la mariguana me gusta- pero es verdad que sigo reconociendo en mí algunos de los síntomas que escribí entonces y pensando a veces en si sería bueno parar. Es curioso. Cuando he releído estas paginas me ha parecido ver claro que mi adicción es en un porcentaje alto una cuestión social. Fumo para acercarme a mis amigos, a mis hermanos, a mi pareja. Si se quiere enrevesar, fumo para evocar esa gloriosa sensación de posibilidad infinita de las primeras fumadas. Fumo por los demás. Sin embargo, la continuación de la historia que dejé inacabada con 19 años me resulta a mis 23 más confusa a este respecto que esclarecedora. Para empezar ya no fumo igual. Fumo mucho más conmigo, para arrebullarme en mis ensoñaciones, para condimentar las experiencias sensoriales, etc, no tanto de cara a mi mundo social. Peor no se trata eso, no es mi consumo actual, mas desenfadado y maduro, lo que me hace leer con confusión estas páginas de mi tierna juventud. Son los hechos que acontecieron después, unos meses mas allá de donde terminaba esta narración. Si fumamos para unirnos a los demás, para fundirnos con ellos en esa sensación ligera de bienestar y omnipotencia ¿por qué ocurrieron las cosas que ocurrieron? Aquí empieza la verdadera historia de como la marihuana destrozó mi grupo de amigos, después de haberlo unido como nunca.

No me dilataré mucho en la narración de los hechos. Comencé a vender marihuana. Mi noviete -llamémoslo así- lo hacía desde primero de carrera y me insistía para animarme. Me vendía el discurso empoderante, pero lo cierto es que a él le venía bien a su vez, porque hacía las veces de mi proveedor. El caso es que finalmente claudiqué. Lo hice con algo de resignación. “Para ganar unos euros y fumar gratis” pensé. Pero lo cierto es que acabé sintiéndome poderosa y guay a raíz de ello. Tenía buen material por lo general, y lo pasaba baratísimo con el fin de quitármelo pronto de encima, y para combatir la dura competencia salmantina. Pronto tenía una buena cartera de clientes, demasiado buena de hecho, más amplia de lo que podía gestionar. Mis amigos y compañeros de piso solían echarme una mano, y yo, con total confianza, les dejaba despachar y despacharse a sí mismos cuando yo no estaba. La situación fue las más de las veces cómica, y casi nunca me trajo disgustos in situ, más allá de algún pesado que se tomaba la situación de la camella guapa como una oportunidad caída del cielo, algún novato de la carrera que se retrasaba en pagar…hasta que empezaron las faltas. De pronto los números no cuadraban, siempre había de menos mariguana que el día anterior, llegó a desparecer dinero. Yo, distraída, atolondrada, a menudo fumada, estresada y atormentada por mis líos amorosos y académicos, no podía estar del todo segura de si era o no un error mío de recuento o un verdadero hurto sostenido. Empezó sin embargo a ser evidente lo segundo conforme avanzaba el tiempo y las evidencias empezaban a ser gordas. Un día tenía 400 euros en rojo y nada con que pagar. Mi proveedor pro aquel entonces ya no era mi novio si no un tio por encima, y por suerte no sé cabreó y me permitió retrasar el pago, pero yo me asusté, y empecé a hacer cávalas. Una de aquellas tardes, en una velada que se hizo en nuestra casa para celebrar el cumpleaños de alguien, de pronto apareció un cogollo enorme en medio del pasillo. Lo vi, lo recogí, y me di cuenta de que faltaba de mi caja de porciones hechas (tenia una caja monísima de madera, con pequeños compartimentos en los que fraccionaba la yerba para tener raciones listas).

En casa solo estábamos los amigos de confianza. Una de ellas, como ya comenté, había tenido y tenia un problema de adicción severa y había recurrido al hurto familiar en alguna ocasión. No lo pensé mucho ni muy detenidamente, la acusé. Y a su hermana melliza con la que convivía y compartía afición, también, ya que era la única que había estado a solas en mi habitación. Me avergüenzo bastante de mí en aquellos momentos. Eran mis amigas de la infancia, y mi juicio fue rápido, mi investigación, mas emocional que empírica. Estaba segura. Fui fulminante. En el grupo se venía creando un ambiente tenso desde las primeras faltas que acusé, de sospecha y auto exculpación. Todo el mundo, pese a que presentaba reparos a la hora de acusar, apoyaba cualquier versión de los hechos que le exculpase. Todo el mundo respiraba aliviado el oírme hablar de mi certeza respecto a la culpa de las gemelas. No querían ensañarse, pero me apoyaban. Fueron meses duros, espantosos. Ahora que lo pienso, aberrantes. Ellas siempre lo negaron todo.

El grupo quedo dividido. Yo no quería verlas. Les declaré la guerra, les prohibí entrar en mi casa. Trace esa línea. Menuda bestia y menuda cretina. Compré una caja fuerte de todos modos, por si acaso. Los días se volvieron raros, la dinámica del grupo, que ya venía viciándose por el ansia cannábica y las sospechas, quedó, obviamente, contaminada y rota. El resto seguía visitándolas de vez en cuando, a pesar de darme la razón, por una cuestión comprensible de humanidad y beneficio de la duda. Y en algunos casos, como supe después, por culpabilidad. Seguía despareciéndome mariguana. Dinero ya no, porque tenia la caja, pero la falta de yerba, que paró del todo durante los días de la guerra, volvió tímidamente a darse, a pesar de desterradas las supuestas ladronas.

Yo tenia la cabeza en todas partes, mantenía un curso académico, un perro, una relación tóxica y agresiva…iba por Salamanca como una bala, siempre en bici o con el perro, entregando pedidos, atendiendo recados, quedando a tomar cafés con gente que tenía abandonada, pasando días en casa de mi amor, dedicada al cultivo de un dolor y una frustración compartidos y también adictivos.

Casi que me daba igual. Empecé a sospechar de mi otro compañero de piso, italiano de intercampio. Él lo notó. Un día, grabó un vídeo a escondidas, dejándolo iniciado y fingiendo que se iba de casa a hacer un recado. En el vídeo, aparecía mi otro compañero de piso y por aquel entonces mejor amigo, Coque, caminando pausadamente hacia mi cuarto en cuanto se supo solo en casa. Jamás había sospechado de él. Ni una de las veces. Él y Clara habían sido mis dos únicos puntos seguros, mis dos únicas certezas. Me vino un flashback del día que encontré el cogollo en el pasillo y determiné que una de las dos gemelas era la única que había estado en mi cuarto y por tanto la culpable. En el flashback estaba él, en pijama, sonriente y apoyado en el marco de mi puerta, en el pasillo.

Asique era él, determiné. Pero ni siquiera fui capaz de hacer nada, no articulé ninguna operación de protesta o de disculpa. Yo no estaba bien. Mi perro había muerto, mi chico me gritaba demasiado alto para el gusto de los vecinos y de la policía. Lloraba todos los días. Ni siquiera le espeté, ni siquiera le dije nada. Solo escribí en la caja donde guardaba la yerba, que ahora sabía que él visitaba ERES UN HIJO DE PUTA Y UN LADRON. Mi vida estaba en llamas en aquel momento, pero siempre he pensado que debí hacer otra cosa, que debí hacer más, que debí hacer algo. Mi solución fue refugiarme en la casa de mi novio, en la que el mobiliario estaba cada vez mas destrozado y los vecinos me miraban con cada vez más lastima. Cuando las cosas se ponían feas allí y yo aun así prefería quedarme que volver a mi casa me sentía peor de lo que me he sentido nunca y la cicatriz que tengo de esos días está lejos de quitárseme aún, la verdad.

El día que me fui del piso para siempre (al año siguiente me iba de erasmus a Budapest y ya no iba a volver a Salamanca porque terminaba la carrera) ni siquiera me despedí de nadie. Simplemente salí de allí, dejando la mitad de mis cosas, con el alma rota y empapada en melancolía por todo lo acontecido en Salamanca. Me fui del grupo de whatsapp de amigos a los dos días con un mensaje cariñoso. Me sentía elevada porque estaba en Madrid, celebrando el Orgullo con otros amigos. Nadie acusó demasiado mi marcha, si no para bien (el ladrón final lo celebró, a pesar de no haber tenido con él ni un encuentro desagradable explícito, más allá de mis notas). Mi mejor amiga quería apoyarme, pero se notaba que ya no podía más de hartura con todo aquello. Compró un viaje para Marruecos con el “verdadero ladrón”. Yo lo sentí como una traición, aunque no hice nada. Yo también estaba harta.

Había roto con mis amigos. No por la hierba exclusivamente, de hecho no culpo a la mariguana de esto. Fue por la desconfianza, la injusticia, la pasionalidad, el ansia, las mentiras. Por hacer mal las cosas durante tanto tiempo. La mariguana no tuvo la culpa y yo podría haber hecho las cosas bien a pesar de ella. Pero sí estuvo en el centro todo el tiempo. Me volvió susceptible, perezosa de pensamiento, paranoide, desdeñosa, vulnerable, pasional. A los demás, los volvió utilitaristas y mezquinos, desconfiados.Mi novio también fumaba todos los días y pienso que muchas veces la nube de realidad alterada no nos dejaba ver lo que nos estábamos haciendo. A veces nos relajaba después de discutir. Pero quizá no deberíamos habernos relajado sino alarmado. Con el también rompí de forma abrupta, apenas un mes después.

La verdad es que a partir de ese verano, casi parece que por pura gracia divina, he ido encadenado hallazgos milagrosos y encontrándome con nuevos y grandes amigos,y nuevos (aunque nunca tan grandes) romances. No se qué esperaba al final de ese año, pero ni en mi imaginación hubiera podido tener tanta suerte. Ahora soy mucho más consciente de mi misma y procuro no dejarme llevar por las mierdas que me llevaron a errar en el pasado.

Sigo fumando, pero las cosas son distintas, ya no he vuelto a tener idilios con chicos tan dependientes, ni amigos tan obsesionados. Fumo mucho más a solas. Me preocupo menos, pero me preocupo. La mariguana te induce un estado a veces consternado, como superado por las circunstancias, que se antojan tan raras, tan intensas, tan indescriptibles. Este estado le pone a uno como en conflicto, en lucha, pero yo he de reconocer que particularmente me encanta, de vez en cuando, sentirme así. Creo que no hay nada valioso en la vida que no se deslinde de la lucha, del conflicto, de la dificultad. No sé a qué conclusión llevan estas páginas, esto es un sindiós. Este es el diario de mi adicción a la marihuana: empecé utilizándola para ser uno con mis amigos y viajar a universos cognoscitivos, y terminó siendo el motivo de mi ruptura con ellos, aunque los universos aun los llevo conmigo. Llegó a ser un estimulante cítrico y delicioso de mi relación con mi pareja y terminó por ser un sedante que me impidió ver por qué la relación, y con ella nosotros, se hacía pedazos. Creo que, sencillamente, era mas pequeña de lo que me creía. Demasiado pequeña para fumar, para vender, para gestionar mi independencia y mis problemas, para enamorarme así.

Ahora, intento que la yerba sea simplemente un aplacante de mi ego, un dador de un punto de vista nuevo, puntual. Una fuente de pensamiento distinta, un canal a otros lugares. No pretendo que me una ni que me aislé del resto. Es un complemento sensorial en mi vida, como el café o la cerveza. Sigo estando, no lo niego, en conflicto conmigo misma al respecto. Leo a Esohotado, disfruto compartiendo sus puntos. A veces pienso en que estaría haciendo si no fumase. En si tendría más tiempo, más lucidez, más claridad mental. Seguramente sí. Pero creo que la vida adulta consiste en ser preso de cosas. Uno se va poniendo distintos cepos, y los arrastra. Estos le pesan y le fortalecen a un tiempo. Le ralentizan, pero le dan gravedad a su marcha. Muchos se eligen por inercia, otros por obligación, otros por idealización, otros porque sí. Las adicciones son un cepo que debemos elegir con todas nuestras facultades, y que debemos arrastrar con cierto orgullo (nunca ser arrastrados). Es nuestro. La vida no pretende ser, no la mía, una constante ascendente. Quiero disfrutar del camino, dehacerme en él. Es lo natural, es lo orgánico. No sé muy bien si es lo correcto, sé que no es lo más productivo…pero no creo que vaya a dejar de fumar mariguana. Constituye un cepo que he elegido yo, un refugio particular, algo que es mío. Preguntarme qué sería de mi sin ella es casi ya equivalente a preguntarme qué seria de mi en otra ciudad, con otra agente, otra vida. Podría estar bien, y aun podría pasar. No lo sé. Pero no está mal. Me gusta. La autofagelación es, creo, una suerte de mecanismo subliminalmente infringido por el espíritu capitalista de nuestra época. No sé si debería dejar de fumar, pero sé que no voy a hacerlo. Y voy a intentar en la medida de lo posible no sentirme culpable por ello y solo disfrutarlo. Se agradece la comprensión y la colaboración.

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo
Puf

En clase de Estructura Social y Desigualdad (que era una optativa de Economía, la única que tenían en torno a estas cuestiones), y...

 
 
 
Me va mejor que nunca, ¿qué hago?

Me va mejor que nunca. Trabajo sólo en la revista desde septiembre. No tengo un duro pero no me importa: mi tiempo es mío, no tengo jefe...

 
 
 
Las revistas de mi abuela

Las revistas yo las conocí por mi abuela Carmina. De vez en cuando, cuando ibamos a su casa, nos daba una bolsa enorme llena de ellas. Le...

 
 
 

Comments


Publicar: Blog2_Post

Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

652138972

©2020 por tremendaschapas.com. Creada con Wix.com

bottom of page