Antes de que se me olvide
- Carmen Abril Martín
- 30 ago 2022
- 13 Min. de lectura
Actualizado: 31 ago 2022
El Camino de Santiago jamás me había llamado la atención. Me parecía la típica cosa de treintañeros aburridos y niños pijos de coles privados. Se me antojaba una tarea absurdamente ardua, que encima era en pos de la nada. “Hala, hemos llegao. Fotito y vuelta a casa”. ¿Hasta cuándo pensé así, cuándo empecé a sentir respeto y curiosidad por el Camino? No lo tengo muy claro, pero creo que fue en parte a raíz de empezar a valorar lo castellano, que en mi caso ha sido todo uno con empezar a valorar el campo. Cuando hablo de Castilla, creo que en realidad muchas veces hablo del campo. Aunque sea un cliché, para mí Castilla sí es un grueso brochazo beige sobre un cielo azul clarito. El caso. De un tiempo a esta parte valoro más el campo y la cultura castellana, y la cultura del campo castellano. Me gusta lo castizo. No puedo evitarlo, me parece profundo y atractivo, elemental. De pronto la idea de que, durante literalmente cientos y cientos de años, millones de personas hayan peregrinado como ormiguitas ilusionadas hasta el confín de la Tierra por motivos espirituales, me parece un hito hiper atrayente. Todas esas personas se han puesto un día a recorrer una senda concreta del mundo con la misma dirección, rindiendo culto a su cultura (valga la redundancia), a su Dios, o a sí mismos. Y, sobretodo, buscando. Buscando en general, más allá de la propia meta. No quiero empezar a divagar demasiado pronto, pero el Camino es búsqueda. Uno puede estar buscando respuestas, o buscando sentarse en el primer chiringuito a tomar una cerveza. Se puede buscar agradecer los dones recibidos o expiar ciertas culpas, se puede querer explorar en uno mismo, a ver qué hay.También se puede buscar aventuras, sencillamente.
Pero al camino hay que echarse “en actitud de búsqueda”. Así aparece expresado, más o menos con esas palabras, en el librito de sellar los albergues alcanzados que compramos en el Monasterio de Carrión de Los Condes, y la frase me seduce rápido. Este librito de acreditaciones no tiene demasiado sentido para nosotras, que hacemos el camino a nuestra manera, pero nos alegramos de comprarlo proque viene con un mapa buenísimo que indica todos los Caminos. El librito sirve para demostrar que has hecho el Camino “religiosamente”, es decir, caminando los últimos 200 km hasta Santiago. Vas sellando en los últimos 10 albergues y al final, cuando llegas a Santiago, te dan la Compostela, una especie de diplomita de papel que básicamente te sirve para subir una foto a Instagram y, si acaso, colgarlo en tu despacho o en tu cuarto. Nosotras ni si quiera estabamos al corriente de estos procedimientos, pero, cuando los descubrimos, el no aspirar a obtener la Compostela realmente nos importa un bledo. Yo no quería burocracias en mi camino. Lo que si quería, en cambio, era salir desde la puerta de mi casa. Mi madre lo ha dicho toda la vida, y eso que ella nunca ha hecho el camino, “El Camino de Santiago se empieza desde la puerta de casa de uno”. Mi amiga y yo vivimos precisamente al lado del canal de Castilla, así que nos es fácil empalmarlo con Frómista, que es una de las paradas castellanas más emblemáticas. También queríamos llegar a Santiago, asíque la única manera es coger un tren en algún punto del viaje.
Salgo, pues, de mi casa a eso de las 12 (el día anterior había tenido una fiesta) con mi gigantesca mochila y creo recibir una señal fortuita de haber hecho bien, porque a los 30 pasos, ya por el canal de Castilla, me cruzo a una pareja que me dice “Buen Camino”. Mi primer “buen camino” a los 5 minutos de haber empezado. Me lo tomo como una bendición. Al poco, ya casi llegando a Dueñas, debía juntarme con mi amiga, tengo también mi primer (y he de decir que mi único) momento de susto: un señor mayor cambia su rumbo 180 grados para empezar a caminar detrás de mí. Saco mi navajita, la abro, y empiezo a concentrarme en enfurecerme, por si acaso necesito esa rabia para defenderme. Llego rápido a Dueñas población y el señor se vuelve a dar la vuelta.
Pero bueno: no vengo a contar mi camino día por día; eso ya lo hice en un diario de aspecto bastante chapucero, pero que fue uno de mis mayores éxitos del viaje (conseguir escribir todos los días). Aquí sólo quiero esbozar los saberes que creí adquirir. Los atisbé en realidad, más que adquirirlos, pues a los pocos días se pasaron los efectos de la serena clarividencia en la que vine envuelta y me volví a convertir en una gen Z corroida por la ansiedad, pero bueno.
El relato de mis andanzas, como se deduce por esa frase, tiene final feliz. Por lo que fuera conseguí, casi en el final mismo del camino, encontrar una visión panorámica iluminadora que me reconfortase y diera algo más que dolor de pies. Sin embargo, me toca reconocerlo, la mayoría de mis días caminando fueron duros y tortuosos, y no solo a nivel físico. Lo pasé mal, sufrí, me cagué en todo por mi decisión de invertir así las vacaciones varias veces, por no decir la mayoría del tiempo. Sin embargo, más allá de mi momento final de iluminación, en medio de todos mis sufrimientos y en medio de todas las veces que maldije la idea de haberme echado a los caminos en lugar de irme de fiesta o a la playa, extraje algunas conclusioncitas que para mí entonces eran como granos de arroz, pero ahora me doy cuenta de que eran granos de nácar. Ahí van, ensartaditas, las cuentas del collar de conclusiones de una caminante primeriza:
-Cada uno hace el camino como le da la gana. Yo quiero salir desde mi casa y llegar a Santiago y si para conseguirlo en 10 días tengo que pillar trenes pues tanto mejor, porque me encantan los trenes. Yo no hago el camino por rectitud, por penitencia ni por demostrar nada a nadie, sino para ver qué me encuentro, para experimentarlo. No sé si voy a querer repetir la experiencia o no así que, por si acaso no, quiero rebañarla bien de una.
-No todo el mundo está conforme con eso. Nada más llegar al primer albergue y charlando con la mujer que lo regenta, muy cristiana, esta se horroriza con nuestra idea de Camino express. Insite mucho en que es mejor que lleguemos a donde lleguemos, y ya retomaremos en las siguientes vacaciones, así hasta el final. En el segundo albergue, una pareja, no muy cristiana, se horriza también. Ellos llevaban dedicando todos sus día de vacaciones a avanzar unos tres años, y aún les quedan seguramente otros tres. Disimulan regular lo mal que les parece nuestra idea de hacerlo así, así que, a la próxima pareja con la que coincidimos, decidimos ocultarle nuestra intención y sencillamente ser imprecisas (después, por sus bromas socarronas sobre “hacer trampas” vemos que hemos hecho bien).
-Hay que no hacer ni puto caso a los que no están conformes con eso. Llegamos a sentirnos un poco mal con nuestra idea, y con la necesidad de ocultarla, como si fuera un delito o un pecado. Sin embargo, esa misma tarde, observamos que la pareja ante la cual estabamos obviando nuestras intenciones de camino por ser impuras, se pasa la tarde mofándose del hombruco que regenta el albergue del convento que nos acoge porque tiene discapacidad intelectual. No sé si por designio divino o si porque el señor es más avispado de lo que parece, la secadora “se estropea” y les devolvuelve toda su colada chorreando. Una putada para ellos, y una jornada de reflexión obligada. Ale,a esperar a que el sol de mayo les seque la ropa. El caso es que nos caen fatal y nos parecen personas bastante regulares y eso nos lleva a pensar que hacer el camino “como Dios manda” es hacerlo siendo bueno, y no siendo estricto y metódico. Otra cosa que aprendimos aquí es que también hay personas regulares haciendo el camino. A la mañana siguiente descubrimos que la otra pareja que nos ha hecho sentir culpables -pues estábamos todos en el mismo albergue-, carga todo su equipaje en una furgoneta que lo llevaba hasta el siguiente punto, así caminan ligeros. Ah, ¿coger trenes no, pero utilizar mulas de gasolina sí? Aunque nos esforzamos por no juzgarles. Cada uno hace el camino como le da la gana.
-Los pequeños dejes pasan inadvertidos, pero cuando se mantienen en el tiempo de forma continuada crean heridas. Por muy insignificante que parezca un dolor al principio, termina por masacrarte después de caminar 5 horas. Fui muy tonta y decidí usar mis botas de montaña nuevas. La derecha me pinzaba el meñique y me hacía ver las estrellas. El tercer día, a menos de una décima parte de la etapa, ya no podía más, era como si me arrancasen toda una tira del pie a cada paso, un dolor llameante, salvaje, insalvable. Reflexioné bastante sobre el dolor cuando por fin pude dejar de experimentarlo. Creo que no es exactamente edificante, almenos not "itself". Hay algo en ti que, por no abandonar, resiste y eso es magnánimo, pero el sufrimiento no te hace mejor. Al final de esa etapa lloré, pero no de dolor sino de alivio, estaba como trastornada. Por otro lado, me valía verga haber terminado de caminar, no sentía orgullo ni satisfacción, solo me sentía morir y pensaba que ni de broma podría aguantar otra jornada así (supongo que en eso es distinto el dolor de una herida que el sufrimiento por el deporte). Estabamos en Carrión de los Condes, que es un pueblo grande, así que di con una tienda del peregrino y le expuse mi caso a la mujer como si ella fuese médico y yo un paciente. Ella supo tratarme precisamente así y me vendió unas zapatillas anchas, abiertas, ligeras, por las que habría pagado lo que me hubiera pedido. Me regaló unos calcetines y me deseó mucha suerte en el camino, pero con tono de druida espiritual, no de comercial y ni si quiera de médico.
- El sufrimiento no es edificante, es destructor. El dolor es extraño. No te deja pensar.Insisto. Llega uno a soportarlo, se aguanta, pero hay que distraer la mente todo el tiempo, precisamente por eso no se puede pensar... La única manera de tirar para alante es intentar ausentarse, dejar de estar ahí, no pensar. El cuerpo es listo, y por eso se desmaya ante los dolores fuertes. Pienso en Teresa de Jesús, en todos los penitentes, en esa búsqueda ciega de la elevación y la perfección a través del dolor. Y no lo entiendo. Yo no siento que el dlor me haga mejor, al contrario, siento que me embrutece, me siento una criatura acorralada, furibunda, embrutecida. Pienso mucho sobre ello y garabateo en mi cuaderno, pero solo llego a la siguiente conclusión:
-Sufrir no es edificante, pero sí te hace disfrutar muchísimo de las cosas diminutas; del no dolor, de una manzana, de estar quieto parado, sentado 5 minutos. Parar de sufrir es placentero, eso es innegable. Y resulta que en nuestro día a día apenas sufrimos. Nos aburrimos, nos molesta algo, pero no exigimos a nuestro cuerpo que aguante y le metemos una matraca de aupa (los que no hacemos crosfit al menos). Una de las cosas más bonitas de El camino es que te hace regodearte en el descanso (aunque sea poco), en la comida (aunque sea sencilla), en la nada. Se arrellana en el estado de normalidad que día a día no se siente, igual que no se sienten la nariz ni las pestañas. Se valora distinto el descanso, y para mí, de una manera muy especial, la comida. Comer con hambre es una delicia. En el día a día (al menos yo, que soy hiperglotona), jamás se llega a tener verdadero hambre, no le damos tiempo al organismo. En El Camino paramos una hora a mitad de etapa para comernos un bocadillo que hemos preparado la noche anterior. Sabe a gloria. Se saborea el trigo del pan, la dulzura del queso y el jamón, todo. Y las cenas…comida caliente, oh my god. Muchas veces constan de espaguetti o de lentejas de lata, pero eso sí que son banquetes. Qué maravilla. Una de mis cosas favoritas sin duda es esa. Duermo bien, mi cuerpo está ligero, nunca estoy empachada, hinchada; como y me derrito del gusto. Duermo profundamente 6 horas y al despertar, ya no me duele todo el cuepro, se ha regenerado. El cuerpo es la leche, esa es otra.
-Caminar no necesariamente te concentra ni te ayuda a pensar. Más allá del dolor (las zapatillas nuevas efectivamente hacen que mis pies vuelen), es muy difícil librarse de la consciencia; tienes presente al otro, que camina a tu lado, y aun cuando no lo hubiera, a veces la mente simplemente está plana; otras te fijas en el paisaje, otras piensas tonterías, tarareas una canción...no acuden a ti todas las visicitudes de tu vida anudadas y se van deshaciendo y ordenando en erótico baile ante tus ojos (como suele pensarse que va a pasar al principio). Aunque de pronto ocurre, puede ocurrir. A mí me pasó precisamente caminando la recta final, el último kilómetro antes de alcanzar la catedral (meta que, honestamente, me había dado totalmente igual durante el camino). La perla final, insospechada, os la traigo aquí, brillante y desanudada:
-CÉNTRATE.
Hay que centrarse. O concentrarse, que es lo mismo que centarse en uno. Eso no quiere decir pensar sólo en nuestro bien, si no pensar desde nosotros. Es difícil de explicar, pero hay que centrarse, situarse en el medio mismo de nuestro ser, mirar desde nuestros ojos y hacia delante en nuestro camino. Qué mal y qué autoayudesco suena esto ahora que lo escribo, pero cuando apareció ante mí en forma de revelación monopalabra a pocos pasos de la catedral fue como una ecuación matemática que se resolvía sola. Llevo todo el último tramo negra por una situación social irritante, pero inocua. Mi amiga va caminando con dos chicos que hemos conocido la tarde anterior en el albegure y me está dejando atrás. Yo tengo mal una rodilla (más dolor! segundo achaque en 7 días, la verdad es que soy una pupas) y no puedo ir rápido, me apoyo en el palo que le he comprado a un ancianuco gallego en Sarria. Ella ha caminado a mi lado durante todas mis penurias cuando estábamos las dos solas, pero ahora que hay más gente con quien caminar se aparta de mi lado, me deja atrás. Esto va enfureciéndome. Me llena de rabia contra mi amiga y también contra mí por estar sintiéndome así en un momento que se suponía debía ser espiritual. Icluso despotrico para mis adentros sobre ella, murmurando y teorizando sobre qué problemas de su personalidad le llavan a actuar así. Tras desagrables minutos de rabia, decido compadecerla, "trascendiendo" así la situación, condescendiendo, y estando así igual de equivocada y ofuscada que en el rato anterior. Al rato, pues veo que sigo chinada y mal, cambio de técnica, trato de concentrarme en pasármelo bien yo, y me doy cuenta de que no he pensado siquiera hasta ese momento en la llegada a Santiago. Me doy cuenta por el contraste con nuestros amigos (tampoco iban a un km, les alcanzaba cada cierto tiempo), que iban muy emocionados y habían soñado con ese momento meses. Se nota que lo habn imaginado, organizado. Y yo nada. Empiezo a sentir que igual debía estar emocionada, pero no me sae, sido de alguna forma enrabietada, así que me pong a analizar mi malestar; ¿por qué me molesta lo de mi amiga? realmente ¿me molesta andar sola? ¿o me molesta casi más que ellos, nuestros amigos recién hechos, piensen que mi amiga suda de mí? Tengo que reconocerme que casi más lo segundo. A mí andar sola no me importa, de hecho todo el camino he estado diciéndole, y con total franqueza, que me dejase atrás sin problema, que no pasaba absolutamente nada. Casi es mejor andar dolorido y libre que sentir que vas haciendole de carga a alguien. Me molestaba que lo hiciera ahora, porque parecía que lo hacía por los otros, ¿quizá es que prefería su compañía a la mía? Quizá ya se estaba hartando de mí. Me preocupaba lo que pensaran ellos, me preocupaba lo que pensaba mi amiga…¿qué pensaba yo? estaba viendo la peli a través de los ojos del resto, no estaba viendo mi peli. Me puse a ver mi peli. "Céntrate". Estabamos llegando a la catedral. El último tramo habia sido bien feo (las afueras de una ciudad grande como es Santiago), pero ya empezaba a embellecer, según nos adentrabamos en el casco viejo. Había mucho barullo de gente. Por primera vez en el camino nos cruzamos con personas en dirección contraria. Es una mañana de primevera buenísima, soleada, alegre. Nos cruzamos a una especie de señor penitente que iba descalzo; es enorme, tiene unos 30, va prácticamente desnudo, vestido con una especie de trapo sucio y con mirada de juzgarnos a todos duramente. La barbilla alta, el rictus contraído. Le envuelve un aura terrible. Otro gilipollas, pienso. Esa ya la tengo aprendida, la de que no por más recto y devoto se es menos cabrón. Pero le miro con simpatía, su imbecilidad y forzada bizarría no me molestan ni un poquito. Emiezo a percibir todas las cosas de mi alrededor con gusto, con deleite puro. Los detalles son lo que nos hace felices, creo. Un letrero muy chulo de una tienda con forma de brujita, un perro asomado al balcón, una pareja de peregrinos ancianos que va de la mano. Un chico toca la gaita justo en uno de los soportales que forma una de las etradas a la plaza de la catedral. La gente da brincos entrando, todo el mundo está contento. He de decir que en otras circusntancias, es decir, de no hallarme prácticamente en medio de una epifanía, me habría asqueado un poco la situación de la plaza. Toneladas de postureo, por no entrar en más detalles. Pero, estando como estaba, simplemente sentía ternura por ellos, veía gente contenta, dejándose llevar por la ilusión, por mucho cringe que dieran. De verdad que fue uno de los momentos más dulces de mi vida. Sentía un amor inmenso y neutro, sin nombres, sin causas, solo un amor, en general. Y esa clarividencia. Ese estar metida en mi centro, metidísima, cuepro y alma una sola cosa, que siempre van medio despegadas. No sé porqué me ha venido de pronto, casi parece que lo he escuchado, pero no era una voz ni nada parecido, simplemente una certeza repentina. “Céntrate”. Ve las cosas por tus ojos. Siente desde tus tripas, no desde la perspectiva de los otros. Date cuenta de que las cosas son preciosas. ¿Así se siente la fe, es eso Dios? probablemente sí. Pocas veces me he sentido tan ligera y tan feliz. Quizá cuando rezaba de pequeña sentía algo parecido, pero no me acuerdo bien como para comprar. En mi regreso si recordaba, tenía la huella de esa momento precioso en mi alma y me notaba en paz con todo, felicísima. Quería mucho a todo el mudno y no se me ocurría pensar o analizar qué estarían percibiendo de mí, solo emanaba. Se me fue diluyendo, como decía al principio, y ahora ya es casi solo un recuerdo, aunque me esfuerzo mucho por no olvidar eso y me recuerdo a mi misma CÉNTRATE cuando veo que estoy siendo tóxica y haciéndome mal sin querer. Es algo que hay que practicar, no siempre puede estar uno levitante. Pero además de la levitación, perla gorda de mi camino, aprendí esas otras cosas que fui apuntando en mi cuaderno a borratajos y he fijado ahora aquí, porque también es fácil que se vayan perdiendo. El mundo va tan rápido…por eso quería escribir esto ya, antes de que se me olvide.
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