Ana Iris: nadie habla de "traer" a los inmigrantes, hablamos de dejarlos entrar.
- Carmen Abril Martín
- 25 may 2021
- 7 Min. de lectura
El discurso -casi mejor dicho el rapapolvo- de Ana Iris Simón en la Moncloa con motivo del evento por el Reto demográfico 20250 me gusta porque habla claro, en plata, sin retorcimientos dialécticos y yendo al grano. Tal como ella ha dicho en alguna ocasión, ya cansa oír a la gente hablar “en universitario” sobre estas cuestiones.
Me gusta mucho la forma, y el contenido me gusta con alguna (gran) reserva.
Es decir, que me gusta la manera en que transmite y estoy de acuerdo con muchas cosas que dice, pero otras me parecen problemáticas, más que por ser incendiarias -que no lo son-, porque derivan a un problema mayor, más oscuro y más profundo; un problema del que yo tenía muchas ganas de hablar al respecto de la España Vaciada.
En LPR se ha dicho ya, sobretodo al principio: por supuesto que un mercado laboral estable y con garantías, unas redes de comunicación (físicas y virtuales) sólidas y articuladas, un sistema sanitario y educativo decentes y una inversión potente en industria e i+D son fundamentales para el desarrollo de un futuro en el medio rural. Por supuesto que no vale con tener los pueblos bonitos para que vengan a verlos los turistas, aunque eso esté bien también.
Lo ideal sería que este desarrollo material se produjera, y que se produjera bien, de manera equilibrada, consciente, sostenible y largoplacista.
Lo ideal sería que los turistas fuéramos nosotros, que no fuésemos el resort de Europa sino nuestro propio resort. Lo decía en Turismo eco: está bien viajar a larga distancia, pero también está bien hacerlo a corta, y sobretodo, más que estar bien, “ya está bien” de la paletada de sobrevalorar todo lo extranjero y despreciar e ignorar lo propio.
Hay que seguir insistiendo sobre estas cuestiones -y más en ambientes institucionales- y, aunque el turismo y el comercio internacional sean una buena oportunidad de desarrollo del medio rural, hay que mirarlos con cautela y, sobretodo, no entregarnos a ellos con desesperación y servilismo, sino sabiendo lo que vale el producto que estamos vendiendo.
Hasta ahí todo muy bien. Pero luego está la cuestión de los inmigrantes. Este es el tema que más ha descolocado a la opinión pública y que más ha rechinado en general. Y yo no voy usarlo para cancelar a Ana Iris; que a mí ya ves, y además esa magnífica intervención bien compensa un resbalón por grave que sea; pero sí quería aprovechar esta coyuntura para traer un debate sobre el que quiero caer hace tiempo y no sabía ni cómo ni cuándo.
Quizá ahora es el momento.
Ana Iris dice, hacia a la mitad de su discurso, que le escama oír eso de “traer a los inmigrantes” para que paguen las pensiones y que esto supone usarlos como divisas, importar “mano de obra” e impedir que paguen las pensiones en sus países.
Para empezar, no es un tema del que se hable tanto. No tanto como se debería, al menos.
Para continuar, la verdadera cuestión es que a esos inmigrantes de los que habla no hay que traerlos, porque vienen ellos solos. Precisamente el problema es que se mueren -literalmente- por venir. Se echan al mar, cruzan vallas. No son mano de obra importada, son personas con una cara y una trayectoria vital concreta pidiendo refugio. Y aquí, donde no solo tenemos el espacio para acoger familias, sino que tenemos además la necesidad imperiosa de rejuvenecer la población, negamos con la cabeza y les decimos que, a no ser que tengan 8000 euros en el banco (este es, de hecho, casi el único requisito para ser un emigrante legal) no pueden entrar.
Si se ponen las piezas sobre la mesa, una por una, el cuadro parece no tener mucho sentido.
Tenemos una pirámide de población invertida y pesada.
Tenemos la mitad del territorio -y especialmente aquí, en Castilla- desangelado, desierto.
Y tenemos un montón de gente solicitando asilo, un lugar donde establecerse y prosperar.
(Un auténtico montón, por cierto; España rechaza al año más de un millón de peticiones de asilo y de verdad que a mí no me parece que sea un tema del que se hable recurrentemente en los bares (lo ocurrido en Ceuta es una lamentable excepción) )
Para el abuelo de Ana Iris, tal como ella dice, fue un trauma emigrar. Eso seguro, nadie en su sano juicio quiere hacerlo (excepto los alemanes cuando se jubilan, pero eso nos da igual), pero el hecho es que cuando tuvo que hacerlo, pudo. Cuando nosotros, los españoles, tuvimos que emigrar en los 70 -no como “mano de obra importada”, sino como sujetos agentes buscando un futuro mejor- pudimos; nos fuimos en masa a Argentina, y nadie nos devolvió en cayuco de vuelta. Al margen de que nos necesitasen o no para su salud demográfica, el hecho es que pudimos quedarnos, trabajar, decidir volver o no hacerlo.
No se trata de si en la acogida de inmigrantes y refugiados está la solución al reto demográfico, aunque muy posiblemente lo esté. No se trata exactamente de si es la solución o una de las soluciones, sino de que es una urgente necesidad.
Y soy consciente -de verdad que lo soy- de las intrincadísimas implicaciones económico-sociales que una tarea de este calibre comprendería en caso de llevarse a cabo. Pero que sea complejísimo integrar un flujo grande migración no quiere decir que sea imposible. Para empezar, mal que nos pese, dependemos de Europa. Ojalá no fuese así, y habrá que ir viendo fórmulas de recuperar la soberanía, sea a nivel nacional o directamente regional, vale. Pero, hoy por hoy, estamos haciendo malabares (entre otros, cobrando por carreteras cuya construcción ya hemos pagado) para que Europa esté tranquila sabiendo que le devolveremos el dinero que nos está prestando. Precisamente uno de los problemas más gordos en la agenda política europea es desde hace tiempo la tremenda crisis de refugiados que la presiona por varios flancos; uno de ellos, el estrecho, el flanco del que somos responsables.
Y aunque estamos teniendo una actitud menos rocambolesca que otras naciones como Hungría, estamos haciendo las mismas cosas que ellos pero “a la chita callando”; no estamos acatando las cuotas asignadas en un principio, estamos aguantando, devolviendo, abrumando con burocracia imposible a gente que llega desesperada y en la situación más precaria imaginable.
¿Por qué no contentar a Europa poniéndonos a la cabeza del proceso de integración de los asilum seekers (de la población refugiada), que nos ruegan un sitio seguro donde establecerse con sus familias, aprovechando para, al mismo tiempo, subsanar uno de nuestros problemas más sangrantes?
“Y de que vivirían, tal.”
Bueno. Ya estamos usando inmigrantes ilegales como jornaleros en el campo, bastaría con hacerles papeles y tratar de regular las condiciones laborales pertinentes. Generarían, para empezar, una gran demanda de servicios que daría trabajo a profesores de español, inmobiliarias, habría más clientela en las cafeterías, en los supermercados, en los estancos de los pueblos. Muchos vienen con profesiones cualificadas y saben inglés, en el caso de los sirios, o francés en el caso de los marroquíes (y visto lo visto el francés debería volver a ser el segundo idioma, ahora que UK nos ha abandonado vilmente).
No sé, habría que ir viendo, desde luego fácil no será. Pero tenemos una administración amplia, amplísima, amplicíiiiiiisimma, que a menudo da la sensación de estar algo desocupada (de la pachorra de los funcionarios administrativos y sus descansos de una hora y media para café ya hablamos otro día), habrá que ver qué hacer.
Y que la gente de aquí tenga buenos servicios, y carreteras, y todo eso, eso también, y por supuesto.
Pero eso. Que no se trata de “traer” a nadie. Los emigrantes vienen solos, porque lo necesitan. La cuestión es dejarlos entrar a la fiesta, una fiesta en la que hemos colgado un cartelazo de “aforo limitado” y en la que hay tres personas dentro, aburridísimas.
Y si supone un complejo despliegue técnico el integrarlos, en mi opinión, se debe más al factor “inmaterial” que al material, ya que la demanda, el consumo, etc, eso va todo rodado. La economía florece donde hay gente. Lo que es más complicado es la integración social de culturas tan distintas, pero eso ya se ha visto aquí, en la antigüedad, precisamente en tiempos más prósperos, aunque menos civilizados. Respecto a la innegable (aunque no absoluta) realidad de los pueblos hoscos que aborrecen al forastero, empieza a disiparse poco a poco, ahora que sus vecinos han visto "las orejas al lobo". La gente de los pueblos tiene fama de cerrada, y muchas veces bien merecida, pero esta actitud está en horas bajas y la gente está dispuesta a integrar a quién sea antes de ver morir su municipio del alma.
No sería todo miel sobre hojuelas, vale, pero ahora existe una renovada buena disposición fruto de la necesidad.
Es un lío, sí, pero se puede hacer.
Precisamente con el tiempo voy convenciéndome de que a menudo las cosas que parecen “un lío” y dan pereza por lo complicadas, son la mejor solución. Fuck Okham y su navajita puñetera, a veces. Sobretodo en cuestiones humanitarias.
Asique Ana Iris, muy bien, muy bien hablar claro, muy bien un discurso sociopolítico contundente y exigente con las instituciones. Que se pongan las pilas, que no se dejen comer por la europeización (que es una forma de globalización y tantísimo tiene que ver, al final, con el mercado salvaje), que para eso está es Estado. Soberanía, mercado laboral estable, familias (del tipo que sean), dinamización realista del campo, sí. Todo eso genial.
Pero nadie habla de traer inmigrantes a llenar los pueblos de la España vaciada. Si me apuras, ojalá se hablase más de eso, aunque fuese en términos tan feos.
Nadie habla de “traer” a los inmigrantes, Ana Iris; se habla de dejarlos entrar. Y ya luego, además, como valor añadido, seguramente acaben salvando nuestro sistema de pensiones y aportándonos muchísimo más de lo que les demos. Y si no al tiempo.
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